Como otras ciudades, la de México, enfrenta retos importantes para asegurar la disponibilidad de agua de calidad para todos sus habitantes. El consumo de agua está por encima de las necesidades reales. Más de 2 millones de personas excluidas de la red de agua potable y obligadas a suministrarse a través de pipas. El acuífero, que provee entre 60% y 70% del agua que se consume en la ciudad, está sobreexplotado, extrayéndose más del doble del agua que se recarga. A este ritmo, algunos apuntan a que el acuífero podría secarse para el 2050. A esto se suma el desperdicio de más de un 40% del agua potable en fugas y tomas clandestinas, el cual se traduce en pérdidas de casi 6 millones de pesos diarios.
Cuando se buscan soluciones a la seguridad hídrica de esta gran urbe, las basadas en la conservación de la naturaleza (los ríos, los bosques, los suelos) están marginadas y se privilegia la modernización y reparación del sistema hidráulico de la ciudad, que cuenta con una red de más de 26,000 kms. Debido a que el suelo de conservación (o áreas verdes) de la Ciudad de México representa más de la mitad de su territorio, las soluciones naturales representan una gran oportunidad. La inversión en la conservación de este suelo es esencial, ya que es la principal fuente de recarga del acuífero y enfrenta presiones importantes, principalmente por la expansión de la mancha urbana.
Las inversiones en soluciones basadas en la naturaleza son por lo general más eficientes y tienden a ser menos costosas que las que ofrece la infraestructura gris. Además, la también llamada “infraestructura verde” brinda, de manera gratuita, beneficios adicionales, como la calidad del aire, la absorción de carbono, la reducción del riesgo de inundaciones, el control de la erosión, el esparcimiento, entre otros.
La infraestructura verde debe verse como complemento a la infraestructura gris, ya que de poco sirve conservar los bosques y otras áreas verdes en la ciudad, si luego el agua conservada se pierde en fugas en las tuberías o se contamina por no contar con sistemas adecuados de drenaje, tratamiento y reutilización del agua.
En este sentido, debe celebrarse la reciente inauguración de Agua Capital, un espacio en donde sector privado, gobierno y organizaciones de la sociedad civil, lideradas por Juan Pablo del Valle, CEO de Mexichem, busca coordinar acciones e implementar soluciones innovadoras, basadas en la naturaleza, para alcanzar la seguridad hídrica en el Valle de México. Igual que los socios de la Alianza de Fondos de Agua de América Latina (impulsada por Banco Interamericano de Desarrollo, Fundación FEMSA, Fondo Mundial para el Medio Ambiente y The Nature Conservancy), de la que también es parte, Agua Capital busca impulsar una visión integral y de largo plazo que haga del agua y de la naturaleza un aspecto central tanto de los instrumentos de planeación urbana y territorial como de los marcos legales y los programas de gobierno.
Para que esta agenda prospere, es indispensable la creación nuevos sistemas de información estadística que permitan hacer explícito y cuantificar el valor que ofrecen los ecosistemas naturales como los bosques y los humedales. Si bien el Inegi ha hecho algunos esfuerzos al respecto, es necesario que estos datos sean más sistemáticos, lo que permitirá que se desarrollen esquemas que hagan viable el financiamiento para las inversiones en la infraestructura verde.
También deberán hacerse esfuerzos de comunicación y sensibilización de la población para que el esfuerzo sea colectivo y no solamente del gobierno o de unas cuantas organizaciones de conservación.
En suma, la seguridad hídrica en el Valle de México no podrá lograrse si los programas públicos, privados o sociales no parten de una verdad contundente, aunque curiosamente no tan clara para todos, a saber, que la naturaleza es la única fuente, insustituible, de este recurso vital.